lunes, 3 de junio de 2013

Sinopsis de la telenovela De Todas Maneras Rosa


Rosa Bermúdez decidió pelear por su libertad. Dejó a unas hermanas que desde su amor protector decidieron un día que lo único que quedaba por hacer para salvar a Rosita de su propia locura era internarla en un sitio en el que la asistieran día y noche. Es decir, encerrarla. Rosa huyó de su circunstancia para ser ella misma: la mujer brillante que pronto conquistó la escuela de matemáticas de la universidad con las mejores calificaciones de su historia, la que ganó una beca para estudiar en Londres, la del futuro en el que todo es posible, y la del plan irrevocable de hacer el dinero necesario para llevar a Alma Blanca, su madre cuadrapléjica, a Houston para que se cure. Rosa ríe adonde llega y se regocija con el título afectuoso de loca con el que todos la celebran. Pero aunque ella dice no estar dispuesta a morir por eso, bajo su gracioso egocentrismo hay un dolor profundo, la espina dormida y tenaz de un trauma que no cede. Es una cicatriz en el alma que para Rosa tiene el rostro de un hijo que perdió y cuya tumba, después de nueve años, aparece vacía, llevándola a la angustiosa esperanza de encontrarlo con vida. Pero Rosa apaga su llanto, se lava la cara y sale al mundo. Porque en rigor, Rosa evidencia una teoría: la de que, en la vida moderna, su enfermedad, más que un incordio, es una gran ventaja. Además, ¿dónde termina la cordura y dónde comienza la locura cuando el sufrimiento gobierna el alma?

Así, Rosa vive aferrada a su decreto de mantener el control de su vida, hasta que se atraviesa en el camino una familia que le cambia los planes. Los Macho-Vergara: un clan de hombres solos, machistas felices y querendones, que terminará operando como un potente catalizador de su vida.

El primer roce lo tendrá con Luis Enrique, quien se da cuenta de que Rosa, desfachatada y libre, es él único cómplice posible en el teatro que necesita montar para esconder frente a su padre y sus hermanos su condición homosexual. A partir de entonces, mientras se instala, como “su mujer” en la residencia familiar, y con el estímulo de la simpatía que sentirá por ellos, Rosita irá trabando complicidades hondas y por separado con cada uno de estos pícaros, a tal punto que se volverá indispensable para todos.

Anselmo, el padre de la tribu, verá en su pericia con los números la solución perfecta para el afeite de sus balances comerciales, ilegítimos de origen. Felisberto, de sólo ver su don con las computadoras, la usará para procurarse un buen dinero que él considera suyo, y que debe tomar de las arcas de su padre. El pequeño Pedro Antonio, a pesar de la irritación que le produce, se servirá de su cultura general para resolver el tedio de los deberes escolares. Y Leonardo Alfonso se enredará con ella en el tema del amor y del deseo, con el pantanoso agravante de tratarse, según cree, de la mujer de Luis Enrique, su hermano, y además, bajo la presión del compromiso impuesto por su padre de casarse con su novia Andreína Vallejo. Por otro lado, gracias a los sanos consejos de Rosita, el viejo Anselmo comprará la idea de ennoblecer el crecimiento de su hijo menor con una mujer que haga de madre sustituta, y se meterá en el lío de cortejar a Santa, hermana de Rosita, una devota de la cofradía de su parroquia, que disimula muy bien la hipócrita relación que tiene con el universo.

Pasado algún tiempo, Luis Enrique, a pesar de desconfiar firmemente de la salud mental de Rosa, ante la inminencia de que su padre lo termine de descubrir como gay, tendrá que proponerle matrimonio a la que dice su mujer, y peor aún, con la promesa de darle como contraprestación la ayuda necesaria para conseguir al supuesto hijo perdido, de cuya existencia él sinceramente duda. Leonardo Alfonso, ya hasta las cejas de lodo en su tormentoso deseo por la cuñada, cede a los apremios de su corazón y contra lo que le dicta la sensatez termina en la cama con Rosita, y más aún, llenándole el vientre con sus genes.

A estas alturas, Rosita tendrá encima el peso de varias contrariedades. La primera será el embarazo, que habrá de revelar tardíamente, justo en el momento en que el propio viejo Anselmo descubra que Rosa y Leonardo Alfonso son más que cuñados. El temor por la furia paterna llevará necesariamente a Luis Enrique al absurdo de fingir un estallido de indignación con su hermano, que justifique los anteriores engaños, aunque con la prevención de decir que él ya no quería a “su mujer” y la tenía abandonada, de tal forma de dejar a salvo la buena reputación de Rosita. Pero esto no evitará que Anselmo, que se revelará paradójicamente moralista, execre a Leonardo Alfonso por impúdico y por desleal, y trate además de hacer lo mismo con Rosita.

Entonces, Luis Enrique, intentando salvarla del bochorno ante sus hermanos y su padre, se valdrá de su condición de paciente psiquiátrica para salvarla de la humillación, pero a costa de ser excluida. Luis Enrique insiste en que la familia reconozca lo que todos, por conveniencia, han intentado tapar: Rosa es una enferma mental. Y esta frase se instala con toda su fuerza justo en el momento en que el viejo Anselmo necesitaba asumirla como bandera: Rosa sabe demasiado, se le ha hecho muy peligrosa, primero por el acceso que tiene a sus negocios, luego por la influencia que está teniendo sobre sus hijos. Por supuesto, nada más conveniente para Andreína, la novia de Leonardo Alfonso, que declarar loca a la muchacha para sacarla del medio.

Pero lo peor está por suceder, porque pronto Rosa descubre que el hijo que busca es Pedrito Antonio, quien llegó allí en brazos de Ada Luz, ama de llaves de la casa Macho-Vergara, en un intento por instalarse definitivamente en la vida de Anselmo. Hace diez años Anselmo echó a Ada Luz de su cama y de su casa, pero ella, eterna y enfermiza enamorada, no se resignó y buscó la manera de regresar con ventajas, llamó a Anselmo para engañarlo y hacerle creer que se había ido embarazada y había dado a luz un hijo suyo. Anselmo le permitió regresar con la condición de que él sería el padre, pero ella no sería la madre, secreto a voces del que no se habla hasta el día en el que Rosa descubre su filiación con el niño y estalla un gran escándalo.

Por supuesto, nadie en la familia Macho-Vergara le podrá dar crédito a la idea de que el maraco de la casa sea el hijo de una desquiciada, a la que sus mismas hermanas descalificarán, revelando que ese cuento del bebé perdido es una expresión más de sus locuras. Sólo Anselmo, que una vez descubierta la acción de Ada Luz en el pasado y habiendo tomado las medidas necesarias contra ella, temblará íntimamente al escuchar las palabras de Rosita. Por eso se apresura en llevar a cabo el plan que piensa que lo librará de ella para siempre: el de decretar, casi de manera piadosa, que Rosa debe ser internada en un manicomio. Leonardo Alfonso, insuflado por la culpa y el amor, se opone al plan y promete luchar por el futuro de Rosa. Pero para ese momento Anselmo, habiendo previsto la reacción de su hijo, tiene lista una cuidada red de calumnias que le dibujan irrefutablemente a Leonardo Alfonso el rostro de una Rosa insospechada: una mujer cuya locura la ha llevado a engañarlo de todas las maneras y en todos los sentidos posibles con el doctor Heriberto Ruiz, médico siquiatra tratante de Rosa, su amigo protector, albacea de la salud de su madre y, por supuesto, eterno enamorado de Rosa.

Anselmo hace ver en Rosa a una mujer incapaz de decir la verdad, y sobre todo, incapaz de amar. Leonardo Alfonso cae en el engaño de su padre y, humillado, decide enterrar el amor que siente por Rosa. Y he allí que la sorpresa de ella ante el cambio en Leonardo Alfonso producirá tal explosión de dolor, furia y violencia, que Anselmo no necesitará defender ante nadie su idea de que a Rosa hay que encerrarla. Y como caída del cielo, la ausencia del doctor Ruiz por razones profesionales, deja a Rosa desamparada, de manera que los Macho-Vergara, todos con muestras de sobrecogimiento y dolor, aprobarán la propuesta de ingresarla a un hospital psiquiátrico, sobre todo Anselmo, para que no se descubran sus negocios turbios, y básicamente para que no se hurgue más en el origen de Pedrito Antonio. Y hasta Leonardo Alfonso aprovechará, sin darse cuenta, la situación, para cerrar bajo llave el caudal de sentimientos que Rosa despertó en él y que ahora amenazan con ahogarlo, y sucumbirá a los designios de Andreína, casándose con ella, más por castigarse, que por amor.

Andando el tiempo, los Macho-Vergara intentarán recuperar una normalidad que nunca existió. A Leonardo Alfonso nunca le perdonarán la traición a Luis Enrique, y esto lo hará sufrir a él y también a su hermano, que lo sabe inocente, ya que Rosita nunca fue mujer de él. Por otra parte, Anselmo caminará directo a su desgracia al ordenar la muerte del hombre que está hurgando sus cuentas en Panamá, que no es otro que su hijo Felisberto.

A todas éstas, Rosa se marchitará en su encierro, a pesar del esfuerzo apasionado del Doctor Ruiz, quien sigue viendo en ella el fragor de un alma excepcional que merece salvarse. Rosa se hundirá cada vez más en su locura, en sus fantasías arrebatadas de rencor en las que aparecen personajes que la fustigan con sus voces. Pero un día se descubre conversando con alguien que a pesar de que reconoce todos los nombres de su drama no es un producto de su imaginación. Hay otra interna en ese manicomio que sabe quienes son los Macho-Vergara. La esposa que un día Anselmo necesitó desechar. La primera víctima de la estrategia que perfeccionó con Rosa. Aquella ruina de mujer que, después de años depositada en un sanatorio, resulta ser la madre de los hombres que destruyeron a Rosa: Helena de Macho-Vergara, la mujer a la que Anselmo, a través de sus influencias, logró encerrar allí, y a quien el horror de su destino casi termina por convertir en loca de verdad. Rosa y Helena comparten su desconsuelo al reconocerse y pronto convierten su llanto en eso que justamente no tenían: en consuelo, en comprensión, en el deseo ardiente de salir de allí y romper con una larga cadena de injusticias. Y así, la decisión de sanarse hará que Rosa se abra a la ayuda que el Doctor Ruiz le entrega desinteresadamente hasta que juntos logren que se acerque al límite de la cordura.

Quizás sea demasiado el dolor, como para que Rosa se cure del todo, pero al menos conseguirá llegar al punto de que el Doctor Ruiz la dé de alta, y rubrique ese parecer con la corajuda y manifiesta decisión de pedirle que se case con él. Leonardo Alfonso, que en el fondo no dejó nunca de quererla, se sentirá abatido de vergüenza con Rosita, y quedará estupefacto al saber que ella espera un hijo de él, que será reconocido por Ruiz. Sin embargo, eso no será todo, porque Rosita, en efecto, saldrá del hospital, y saldrá para vengarse, trayendo consigo su arma más poderosa: Helena y la fuente inagotable de verdades que esconde tras el profundo pozo de la insania de la que todavía no es capaz de emerger.

La venganza de Rosa será metódica y firme. Empezará por decir (y lo hará), todos y cada uno de los secretos que conoce de cada Macho-Vergara. Así, se sabrá que Luis Enrique es gay, y que su relación con ella no fue más que un teatro barato para ocultar sus cobardías y su relación con Tomás Arnaldo Robles, el fiel asistente de Anselmo. Felisberto casi será víctima de las balas fatales que ordenó su padre contra él, sin saber quien era el destinatario. De modo que también quedará en evidencia que el magno y ostentoso Anselmo Macho-Vergara, que ni siquiera es ingeniero, tampoco es el prohombre que todos creían, sino un redomado estafador al que la ley espera desde hace no menos de veinte años para hacerlo pagar por una larga cadena de delitos.

Andreína recibirá su parte por cómplice y colaboradora de Anselmo en muchas de sus picardías delictivas, la pena irá desde la sanción moral de la familia hasta la separación de Leonardo Alfonso, quien ahora entenderá la magnitud de su injusticia para con la única mujer que de veras lo ha querido, y la única con quien podría optar a ser feliz. Pero la restitución más evidente de la honra de Rosita llegará cuando se demuestre el oscuro secreto que palpita bajo el origen de Pedrito Antonio y que Alma Blanca, la madre de Rosita, una vez que haya salido de su condición de cuadrapléjica, finalmente será capaz de confirmar.

Entonces acaecerá la última lección de Rosa. Porque ella, con todo en la mano para hundirlos, los perdonará salvándolos de la cárcel, y espetándoles en la cara la vida de mentiras en la que han permanecido sepultados hasta el momento. Esa será su oportunidad de comprobarle al mundo, en la compañía irreductible de su madre, que es quien siempre ha creído en ella, que la locura es sólo una raya imaginaria que los hombres trazaron cuando decidieron qué era y que no era “lo normal” o peor aún, que era lo “conveniente” y qué lo “inconveniente”.

Leonardo Alfonso, a estas alturas, ya no sabrá qué hacer consigo mismo ni con su corazón. Así que intentará desesperadamente conseguir el perdón de Rosa, pero ella lo castigará con una indiferencia total: su venganza fue bloquear su recuerdo, su historia con él, literalmente borrarlo de su memoria, aunque para su gran decepción personal y sufrimiento no haya logrado borrarlo de su piel. Así, deberán pasar varios meses de dolor para que Leonardo Alfonso logre entender que él mismo es el único enfermo mental que ha conocido hasta el presente. La soledad lo pondrá por debajo del subsuelo. La tristeza lo volverá un guiñapo. Hasta que al final, animado en un postrero deseo de vivir, tomará una decisión: se jugará todo por ella. Y entonces será Rosita quien, todavía “loca y con carnet”, responderá si lo acepta o no lo acepta.

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